Quiénes son los Masones


Cuando por primera vez oímos decir que alguien es masón, la pregunta que surge inmediatamente en nosotros es: “¿Qué significa “ser masón”? ¿es una religión o una secta, o un club filosófico, o un partido político, o qué?”. Daremos contestación a estas preguntas:


Masón significa constructor, o sea el que fabrica a cal y canto un edifico; pero aunque antiguamente este título se les aplicaba a los miembros de las asociaciones de constructores que dieron a Europa sus mejores edificios de la Edad Media y del Renacimiento, actualmente hemos de entenderlo en su acepción figurada, diciendo que el masón es un constructor del templo simbólico de la ciencia y de la virtud, que edifica su propia personalidad.


En otras palabras, un masón es un individuo que trabaja en perfeccionarse y en evolucionar, tanto en sus conocimientos como en su comportamiento moral, y para ello sigue los caminos que le indica la antigua asociación que se nombra Masonería o, más correctamente, Francmasonería.


Correlativamente, la Institución Francmasónica tiene como finalidad principal la de constituirse en orientadora e inspiradora de quienes buscan y anhelan este perfeccionamiento, para lo cual va desgranando una a una sus enseñanzas, en dosis graduadas y de acuerdo con el adelanto de cada uno de sus miembros. A través del estudio razonado y crítico de la filosofía moral se obtiene un mejor conocimiento de las virtudes y del modo de practicarlas.


Pero, entonces, ¿cabe decir que la Masonería es una escuela?.


Desde luego que no, si entendemos por escuela un lugar donde se imparten clases sobre materias especificas, basándose en libros de texto, y se capacita a los alumnos para desempeñar un trabajo que les permita ganarse el sustento. La Masonería es algo más que eso. En primer lugar, su filosofía educativa es totalmente distinta a la de cualquier escuela, puesto que en vez de exigir el aprendizaje de una serie de postulados y principios, estimula la exposición libre, la discusión ilustrada y el desarrollo de la imaginación y del pensamiento original, como medio para conseguir que cada cual llegue por su estudio independiente y su meditación profunda, a sus propias conclusiones lógicas y a la afirmación de sus convicciones. Por tanto, usa ampliamente del símbolo y de la alegoría, pero no ofrece de ellos ninguna explicación fija y dogmática, sino que deja en libertad al iniciado para que ejercite sus propias facultades deductivas e inductivas para descifrarlos y aprender, por sí mismo, las lecciones que encierran.


Se hace necesario preguntar qué utilidad tiene esto.


La historia nos enseña que de la Masonería han salido, en todos los tiempos, hombres de gran visión, acrisolado altruismo e inagotable energía, que han dado a la humanidad sus más grandes impulsos de progreso. Para descubrir estos nuevos caminos, necesitaron nutrirse de la duda filosófica, no de la certeza dogmática, precisaron examinar lo que no es típico, en vez de conformarse con lo usual y corriente. Tuvieron que desechar los cartabones, los textos consagrados y los manuales establecidos, decidiéndose a recorrer sendas supuestamente prohibidas para el pensamiento y aportando las soluciones a los problemas irresueltos. Para esto, dispusieron de una maravillosa facultad: la imaginación creadora.


La Masonería ha sido, a través de los tiempos, una de las pocas instituciones que se han percatado de la importante función que tiene esta imaginación creadora en la evolución de la humanidad, y ha descubierto y aplicado un método sencillo y eficaz para desarrollarla. Por eso ha sido y seguirá siendo el semillero de nuevas ideas, el portaestandarte de las vanguardias y la escuela en que se forman los hombres que viven y piensan entre el hoy y el mañana… los precursores de la humanidad.


Pero no solamente a esto se limita la Masonería. No se conforma con ver que cada miembro se cultive y perfeccione a sí mismo, sino que trata de desarrollar en todos y cada uno de ellos el firme sentimiento de fraternidad y abnegación, encauzando cuidadosamente todos sus esfuerzos hacia los nobles fines de justicia y progreso material y espiritual de toda la humanidad.


Dejaría la Masonería de ser universal en sus finalidades si se mostrara partidaria de algún “ismo”, o enemiga de alguna religión. En su seno se admiten a hombres y mujeres de todas las religiones y se respetan las creencias de cada uno y su forma personal de rendir culto a Dios. Por lo mismo, están proscritas las discusiones sobre los méritos relativos de tal o cual forma de culto, como no sea para reconocer que todas ellas representan modalidades del sentimiento de veneración del hombre hacia esa Entidad Suprema a quien se llama con distinto nombre. La Masonería resume todas esas apelaciones en un común denominador y le llama “Gran Arquitecto del Universo”, sin establecer ningún culto especial para adorarle, pues considera que todos son buenos cuando nacen de los anhelos puros del hombre. En resumen, la Masonería no es una religión, ni discute los principios de ninguna religión, sino por el contrario, las respeta a todas.


La Masonería es más que un club filosófico o una escuela de moral. Es una libre asociación de hombres y mujeres de todas las condiciones económicas, y de todos los grados de cultura, a quienes los une el deseo de alcanzar un desarrollo y una evolución más alta en su personalidad interna, un dominio más perfecto de sí mismos, una afirmación de sus convicciones, una agudización más sutil de sus facultades intelectuales y un acendrado espíritu de abnegado servicio hacia sus semejantes. Dentro de la Masonería encuentran estos hombres un ambiente de libertad, de respeto mutuo, orden, seriedad, estudio y fraternidad.


La Masonería contiene una filosofía educativa propia, basada en el estudio imaginativo y profundo de símbolos y alegorías, que persigue como finalidad el desarrollo del pensamiento propio, original, lógico y constructivo, con el resultado de que cada masón palpa pronto los frutos de este perfeccionamiento personal al notar que se ensancha extraordinariamente su manera de ver la vida, se despiertan aptitudes dormidas, y surgen perspectivas de mejoramiento.


¿ CÓMO ESTÁ ORGANIZADA INTERNAMENTE?


La Francmasonería no es una sociedad simple, sino una agrupación de sociedades que aceptan como base fundamental un conjunto de antiguas leyes, escritas o no escritas, que se denominan “Antiguos Límites”, “Antiguos Cargos”, “Marcas”, o “Landmarks”. Este cuerpo de ordenamientos se deriva directamente de los que regían el funcionamiento de las asociaciones de masones operativos en la Edad Media y es el resultado de una larguísima experiencia. Los Antiguos Límites han logrado que la Francmasonería sea siempre una e indivisible, a pesar de la variedad de cuerpos que la constituyen, y que no se modifique ni prostituya su carácter esencial a través de los tiempos. Por encima de cualquier constitución o reglamento están siempre los Antiguos Límites. Estos definen las normas básicas de funcionamiento de la Institución, los requisitos, derechos y obligaciones de los miembros y funcionarios y la postura filosófica, social y política de la Masonería Universal. A pesar de su importancia, no son dogmáticos sino convencionales y admiten que exista una variedad casi infinita en la manera y orden con que pueden impartirse las enseñanzas, en el estilo de la decoración de los “Templos”, en las liturgias y en muchos otros aspectos. A ello se debe la diversidad de los Ritos Masónicos que son aceptados como “regulares”.


Se llama rito, en Masonería, al conjunto de reglas o preceptos de conformidad con los cuales se practican las ceremonias y se comunican las instrucciones de los grados.


Pasan de cien los ritos que han sido fundados, en diversos tiempos, dentro de la Masonería, y que se han considerado como “reconocidos”. Muchos de ellos tuvieron una vida efímera pero otros han subsistido hasta nuestros tiempos. El pertenecer a un rito determinado, sin embargo, no es obstáculo para que los masones se traten entre sí como miembros de una misma gran familia y se visiten mutuamente.


De todos los ritos, son considerados como los principales el Rito Escocés Antiguo y Aceptado y el Rito Inglés de York o Rito del Real Arco.


Los masones se congregan en pequeños grupos formados con algunas decenas de miembros, que se denominan “Logias”, y se reúnen dos o más veces al mes en un local adecuado que recibe el nombre de “taller”, dando a entender con ello que se congregan para trabajar.


El valor e importancia de los trabajos que se desarrollan en las logias no depende del estilo o fastuosidad de su decoración. Muchas de ellas procuran limitar al mínimo estos adornos para que no se distraiga la atención y se desvíe del trabajo principal, que es de orden intelectual. Se puede trabajar masónicamente a campo raso y bajo la bóveda celeste, o en una choza de paja, sin que nadie pueda alegar que se desmeritan en algo las bellas ceremonias en que se van revelando las enseñanzas y secretos de la Masonería.


Una logia masónica imparte los tres grados fundamentales del Simbolismo, o Masonería Azul: Aprendiz, Compañero y Maestro. Toda logia está incorporada a una Gran Logia cuyos límites de jurisdicción corresponden generalmente a los del Estado en que se encuentra. Los funcionarios de estas Grandes Logias son electos democráticamente entre los maestros de todas las logias simbólicas de la jurisdicción y toca a ellos gobernar en los asuntos que incumben a la agrupación. Finalmente, existe dentro de cada país un organismo o Confederación de Grandes Logias y, en el plano internacional, otros organismos que preparan y realizan congresos regionales y mundiales para el estudio y resolución de los problemas generales de la Orden. Estos superorganismos solamente pueden formular recomendaciones a las Grandes Logias.


Es la Masonería Azul, o sea las Logias Simbólicas, la que constituye el grueso del pueblo masónico, encargándose de conferir, como hemos dicho antes, los tres grados tradicionales de Aprendiz, Compañero y Maestro, comunes a todos los Ritos. En el Rito Escocés Antiguo y Aceptado existen además otros cuerpos autónomos de formación superior que imparten los grados llamados Capitulares, Filosóficos y Administrativos, hasta el último grado de dicho Rito, que es el 33º. Hay una independencia completa entre la Masonería Azul y estos otros niveles de la Masonería, por lo cual los grados que otorgan no tienen preponderancia alguna en las Logias Simbólicas, en donde no se reconoce otro grado superior al de Maestro.


Las logias simbólicas se rigen a sí mismas en todos los asuntos internos, empleando para sus deliberaciones el orden parlamentario y tomando sus acuerdos en votaciones democráticas. Eligen periódicamente a sus funcionarios y otorgan a los nuevos miembros los diversos grados, a medida que los van mereciendo. Establecen sus reglamentos internos e imprimen a los trabajos y estudios el curso que consideran más conveniente, procurando no salirse de los principios generales de la Orden.


En resumen, es la Logia Simbólica la unidad orgánica de la Institución Masónica. Estas logias se encuentran congregadas en Grandes Logias y pertenecen a algún Rito reconocido, subsistiendo por encima de estas divisiones de carácter administrativo la absoluta unidad de todos los masones del mundo entero, que se reconocen fraternalmente, se ayudan y trabajan de común acuerdo hacia las metas de progreso y bienestar de la humanidad, que constituyen el deber cotidiano que todo masón se ha impuesto voluntariamente.


¿CUAL ES SU HISTORIA?


Dejando a un lado muchos y muy antiguos antecedentes históricos de la masonería, oscuros e inconexos, señalaremos aquí que la Francmasonería surgió de las corporaciones de obreros de la construcción en la Edad Media. Los canteros alemanes y los constructores ingleses y franceses de esos tiempos no constituían únicamente asociaciones de oficios (“guildas”), sino verdaderas hermandades en donde se enseñaba y ejercitaba una teoría secreta de sus respectivas artes y oficios. Muchos autores han probado que los francmasones no han inventado su liturgia y sus símbolos, y que tampoco los han copiado de otras sociedades secretas arcaicas, sino que les han sido transmitidos, por sucesión directa, de las sociedades gremiales de que proceden.

Se pretende que la Masonería es tan antigua que ya existía y se practicaba en las pirámides de Egipto, en los templos de la India, en las cavernas de los Esenios, en las criptas secretas de los Mayas, en la Academia de Pitágoras y en muchas otras sociedades iniciáticas de muy remota antigüedad. Las semejanzas, reales o imaginadas, con los ritos y ceremonias que se llevaban a cabo en esos tiempos, demuestran en todo caso que la Francmasonería llena una íntima necesidad del espíritu humano, cual es la de buscar la superación personal y encauzar las potencialidades individuales hacia el bien común.


Que estas técnicas no hayan variado grandemente en el curso de varios milenios no debe extrañarnos, ya que los antropólogos y etnólogos han demostrado que el hombre sigue siendo esencialmente semejante en sus manifestaciones mentales y afectivas desde sus orígenes, a pesar de todas las modificaciones ambientales que ha logrado la civilización.


La Masonería, en su forma actual, tomó cuerpo en Inglaterra a fines del Siglo XVII. Con anterioridad, existían en Alemania, Francia e Italia las cofradías de constructores, o “masones”, en donde se enseñaban no solamente las artes y las ciencias que debía dominar un maestro constructor, sino que se impartían principios de moral y buena conducta, que garantizaran la armonía dentro de las corporaciones. Los lustros de duración de las monumentales obras que ejecutaban los “masones” (entre las cuales se cuentan las más preciadas joyas del estilo gótico) favorecían que se estableciesen relaciones muy estrechas entre los numerosos artistas y obreros. Estos formaban verdaderos “equipos” bajo la dirección de sus grandes maestros arquitectos, que eran solicitados para ejecutar obras en ciudades distantes y en diferentes países. Natural es que, en sus viajes, buscasen la ayuda de otros miembros de su misma profesión, también agremiados en cofradías, y que asistiesen a las reuniones de sus “logias”. De esta necesidad de viajar y ser reconocidos y atendidos, como de las precauciones que cada agrupación debía tomar para no admitir entre sus miembros a un operario que fuese a romper la armonía por su mala conducta, o a explotar en su beneficio personal los conocimientos técnicos que se impartían en las logias, surgieron los signos secretos de reconocimiento, la jerarquización en tres grados, con obligaciones y prerrogativas distintas, y el sigilo y discreción para realizar las reuniones de masones.


El nombre de francmasón, derivado del inglés “freemason” y del francés “franc-maçon”, que significan “masón libre”, se daba a los constructores que tenían libertad para contratar sus servicios con cualquier persona y en cualquier país, a diferencia de los que estaban al servicio exclusivo de algún noble, prelado eclesiástico o monarca. Estos últimos, desde luego, no precisaban de signos de reconocimiento, ni de todas las demás cosas que caracterizaban a las logias de francmasones.


Por la necesidad de viajar y de conocer diversos países y costumbres, los francmasones tuvieron contacto con distintas maneras de pensar y diferentes organizaciones políticas, lo cual les confirió un punto de vista excepcionalmente amplio hacia los problemas religiosos, filosóficos, económicos, sociales y políticos de su época. Hubieron de admitir, con igualdad de derechos, a hombres de distintas nacionalidades, credos y razas, y esto sentó las bases a los principios humanistas de la naciente Orden.


En los siglos X, XII y XIV, se emprendieron en Escocia e Inglaterra grandes obras, y para su realización se hicieron venir constructores alemanes, quienes llevaron consigo los usos y costumbres de las logias alemanas. A su influjo nacieron las logias escocesas e inglesas.


Hacia principios del siglo XVIII, la construcción de catedrales, grandes monumentos y palacios dejaron de ser la aspiración máxima de las clases dominantes, es decir el clero y la nobleza (entre otras razones, porque no podían financiarlas). Al mismo tiempo, las necesidades de obras menores y obras civiles aumentaban considerablemente debido al advenimiento de la burguesía. Se construía más pero no se necesitaban para estas obras los grandes conocimientos de los masones tradicionales. Consecuentemente, las logias de los masones operativos empezaron a languidecer debido a la falta de encargos. Entonces, en 1717, se constituyó en Londres una Gran Logia, bajo el patrocinio de un grupo de hombres de gran ilustración, que veían con pena la decadencia de las logias de constructores. Fue entonces cuando nació, propiamente, la Francmasonería de nuestros tiempos, la cual ha conservado cuidadosamente el espíritu de las antiguas cofradías, sus principios constitucionales y los usos y costumbres tradicionales, apartándose de la construcción material. Admitió en sus filas a hombres de todos los oficios y condición social, a la vez que daba una interpretación elevada y filosófica a sus símbolos. Así, la Francmasonería adquirió un carácter más amplio, susceptible de extenderse por todo el mundo.


Al ser electo Jorge Payne para cargo de Gran Maestro, emprendió la meritoria tarea de reunir todos los preceptos existentes y formar una colección de 39 ordenanzas generales que fueron revisadas por el Dr. James Anderson, teólogo e historiador, y sirvieron de base a la Constitución publicada en 1723, que es el primer fundamento legal de la Masonería.


Prosperó, a partir de ese momento, la Orden, contando entre sus iniciados a distinguidos miembros de la nobleza y de la familia real de Inglaterra. Entre 1739 y 1772 surgieron ciertas desavenencias internas que dieron origen a su separación en dos ritos: el Rito Escocés Antiguo y Aceptado y el Rito de York, o del Real Arco.


De Inglaterra, la nueva Francmasonería se extendió rápidamente a otros países. En Francia apareció entre 1721 y 1732 y alcanzó un auge inusitado. Se formaron nuevos ritos y se crearon grados filosóficos, siendo ésta, al principio, una innovación mal recibida en los demás países, ya que infringía los Antiguos Límites que únicamente establecían los primeros tres grados.


La Masonería Francesa ha contado entre sus miembros a distinguidas personalidades, como Voltaire, Condorcet, Victor Hugo, Herriot, Dantón, Marat, Alejandro Dumas, Emilio Zola y muchos más. Los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que figuran en el frontispicio de todo templo masónico, inspiraron sin duda a los artífices de la Revolución Francesa.


Fueron destacados masones en nuestro país: Ramón y Cajal, Antonio Machado, Martínez Barrio, Blas Infante, etc.


 ¿INTERVIENE LA POLÍTICA?


Con mucha frecuencia se formula la pregunta de si la Masonería desarrolla actividades de índole política. Esto es lo primero que se le ocurre a quien lee en las páginas de la historia la larga lista de estadistas, reformadores, revolucionarios y patriotas que fueron masones.


Quienes piensen que la Masonería es una organización política están equivocados, como suele equivocarse quien examina superficialmente las cosas y no penetra tras las apariencias para aquilatar su verdadero significado.


Pese a los esfuerzos de quienes en ciertas épocas han pretendido desentenderse del carácter real de la Institución y han hecho esfuerzos por transformarla en bandera política, la Masonería ha conservado, hasta ahora, su verdadera naturaleza de escuela y taller en donde se forja la personalidad y evolucionan las facultades más nobles del hombre. Es un laboratorio en donde se ejercita el análisis y la síntesis de todas las ideas y de todos los nuevos conceptos filosóficos, en el ambiente aséptico propicio para el claro y recto pensar, y en donde se funden en el crisol del trabajo mancomunado y de la lucha constante, los más diversos metales, para obtener la amalgama y la aleación con que se forjan los hombres y mujeres capaces de dedicar sus vidas al progreso de la humanidad, sin distinción de raza, credo o nacionalidad.


La Masonería ha enseñado a estas personas a luchar primero consigo mismos, para limar sus asperezas y fortificar sus almas. Les ha mostrado el camino de la convivencia fraterna, el respeto mutuo, la dignidad y el heroísmo. Ha inflamado sus corazones con el amor a sus semejantes y la santa indignación contra la injusticia y la tiranía que degradan al hombre y encadenan su pensamiento. Por eso es que en su seno se han gestado tantas iniciativas trascendentales para el adelanto de la humanidad.


La Masonería es esto y mucho más; pero lo que no es, ni ha sido jamás, es un partido político, ni una organización al servicio de tal o cual encumbrada personalidad, ni el exponente de tal o cual “ismo” (ni siquiera del liberalismo, como doctrina política) ni una mafia de “carbonari”, aunque sus detractores así la hayan descrito en alguna ocasión.


Jamás podría ser cualquiera de estas cosas sin perder inmediatamente su sentido humanista y universal, quedando a merced de las contingencias temporales y a la mezquindad de las lides personalistas.


Pero así como nadie construye una casa para que permanezca deshabitada, ni un barco si nunca ha de navegar, ni se prepara un banquete si nadie ha de comerlo, ni ejercita el atleta sus músculos si no ha de emplearlos, así también, carecería de sentido alguno la actividad masónica del desarrollo de las facultades superiores del ser humano, si no desembocara en forma natural y lógica en los múltiples cauces de la actividad social desempeñada por cada uno de sus miembros, dentro de la esfera de influencia personal y como resultado de su iniciativa propia.


Por ello es que, aún no siendo la Masonería una organización política, y ocupándose, como lo hace, principalmente de la evolución personal de cada uno de sus miembros, resultaría absurdo que forjase obreros del progreso y heraldos del porvenir y, al mismo tiempo, les prohibiese toda actividad política, ya que en la realización de logros concretos está la justificación histórica de la Institución.


De lo cual resulta que, individualmente, los masones si pueden intervenir activamente en la política de sus países cuando así sus conciencias y aptitudes se lo aconsejan.


 ¿QUÉ OBLIGACIONES TIENE UN MASÓN?


Toda sociedad tiene el derecho de exigir de sus miembros el cumplimiento de ciertos deberes y, a la vez, le hace partícipe de los beneficios que ofrece. La Masonería no es una excepción, por lo que es justo y necesario que, antes de contraer las obligaciones de un masón, se sepa cuáles son estas obligaciones.


La primera de las obligaciones consiste en guardar un silencio absoluto en los asuntos tratados en las reuniones o “tenidas” (como se les designa masónicamente). La Masonería no es, propiamente, una sociedad secreta, pero sí es discreta. En los varios siglos de actuación que lleva recorridos ha podido probar que sólo con reserva, sigilo y discreción se puede estar a salvo de los ataques que nacen de la incomprensión, del fanatismo y de la envidia. A los que comentan que : “¡Algo de malo habrá en ello, puesto que se esconden para hacerlo!”, les contestaremos que nunca las nuevas ideas han encontrado el camino sembrado de comprensión, buena voluntad y aliento. Por el contrario, recordemos a Sócrates acusado de pervertir a la juventud, a Galileo torturado por blasfemo, a Spinoza excomulgado por ateo, y tantos otros que han seguido igual o peor suerte.

La segunda de las obligaciones de un buen masón es la de trabajar intensamente en pro de su propia perfección interna. Deberá corregir sus propios defectos, combatir sus pasiones y prodigarse en el servicio para con los demás. En esto consiste el trabajo masónico, que es, como se dijo antes, un trabajo personal de evolución y labrado de la personalidad. No es buen masón quien solamente se dedica a reunir abundantes conocimientos sobre filosofía, historia, ciencia litúrgica, psicología, sociología, etc., si esta ilustración no va acompañada de un auténtico espíritu fraternal que le impulse a correr en auxilio de todo hombre que necesite de sus servicios. Tampoco podrá calificarse de masónica la labor de quien está animado de grandes deseos de hacer el bien, pero que carezca de la ilustración y capacidad suficientes para reconocer la forma más eficaz y provechosa de hacerlo. El verdadero masón concuerda sus conocimientos con un comportamiento altruista y virtuoso, y pone en juego ambas cualidades en trabajo infatigable, para que sus buenos deseos se transformen en realidades palpables.


La tercera obligación es la de cumplir con los Estatutos Generales de la Orden, las Constituciones de la Gran Logia a que pertenezca y los Reglamentos particulares de su logia. Aunque no sería posible dar a conocer en el presente opúsculo este cuerpo de disposiciones legales, bastará explicar que su objeto único es el de fijar las normas de gobierno y funcionamiento interno de las logias, y que todo masón sabe que estas órdenes tienen como mira el bien común y jamás pueden contravenir los principios de honor y virtud que proclama la Orden. Huelga decir que entre las obligaciones que se desprenden de los Reglamentos Particulares de las logias están incluidos los de asistir puntualmente a las “tenidas”, estar al corriente en los pagos de las cuotas personales, o “cápitas”, y conducirse siempre con decoro y orden.


Fuera de estas obligaciones no hay otras. Cada masón lo es por su libre y espontánea voluntad, y tiene derecho a retirarse, como caballero, de la Masonería, cuando lo desee, sin que por ello sufra persecuciones, amenazas o ataques. Sólo se le pide, bajo su palabra de honor, que no revele los secretos de la Institución, y si no lo cumple, el único que se perjudica es él mismo ya que el verdadero y más preciado secreto masónico es inviolable por naturaleza.